Aviso: esta entrada puede resultar un tanto indigesta.
Dentro de los músicos suele existir la concepción de que una música ha de ser percibida de determinada manera (acorde normalmente a las intenciones del compositor) y de no ser así, es debido probablemente a falta de conocimiento específico sobre el tema (no conocer el “lenguaje” de determinado autor, …). Es decir, se prefija un significado más o menos exacto que el oyente ha de interpretar al oír la obra.
Está claro que los diferentes componentes de la música ponen en funcionamiento diferentes áreas del cerebro: melodía y emociones, armonía e intelectualidad, ritmo y movimiento… Estas relaciones han sido explotadas a lo largo de la historia a través por ejemplo, del Affektenlehre en el Barroco, forma estructuradísima de determinar cuáles eran los resortes a activar en el oyente con según qué recursos. Pero, ¿hasta qué punto nos afecta a todos de la misma manera?
Cada persona tiene un bagaje propio que se conforma no sólo de la educación académica, sino de sus vivencias personales, su entorno, su círculo social,… Y esto influye en gran medida a la hora de elaborar, no solo el significado de una obra musical sino de cualquier suceso, concepto u objeto. ¿Todo el mundo se queda con la misma idea al salir de ver una película: con la visión que el director quiso plasmar? No tiene sentido.
Ejemplo personal: puedo entender el lenguaje de una obra de Ligeti, analizarlo, admirar su capacidad compositiva y su efectismo al interpretarlo. Pero nunca siento la conexión íntima que establezco con ese “algo” cuando oigo, por ejemplo, un tema concreto de Pereza.
Cuando buscamos el significado de cualquier pieza musical, venimos predeterminados. Siempre e inevitablemente. No existe una escucha musical pura. Siempre comparamos inconscientemente, buscamos referentes, e incluso en casos concretos, podemos conocer previamente al autor o la obra sin haberla tan siquiera escuchado. De tal manera, el significado siempre será diferente para cada receptor (que deja de ser pasivo, como en la consideración de oyente).
Un ejemplo es la musicoterapia, donde la elección de una determinada música es vital y absolutamente personalizada y puede garantizar una mejoría o abocar a la catástrofe la iniciativa del terapeuta. Música “que relaja” puede ponernos histéricos o bien podemos relajarnos con un tema de Marilyn Manson.
Ejemplo: ejercicio de la cerilla. En el tiempo que dure encendida, escribir qué pensamientos provoca. Múltiples diferencias en un hecho tan simple y tan aparentemente objetivo. ¿Qué no será la música…?
Ejemplo: cuando escucho Kaiser Chiefs, pienso en ciudad de noche, frío y lluvia. Lo asocio con la música exclusivamente hablando? Pienso eso porque conozco que son ingleses y sé que en Londres hace frío, llueve y predomina el gris?
Seguiremos informando.
Dentro de los músicos suele existir la concepción de que una música ha de ser percibida de determinada manera (acorde normalmente a las intenciones del compositor) y de no ser así, es debido probablemente a falta de conocimiento específico sobre el tema (no conocer el “lenguaje” de determinado autor, …). Es decir, se prefija un significado más o menos exacto que el oyente ha de interpretar al oír la obra.
Está claro que los diferentes componentes de la música ponen en funcionamiento diferentes áreas del cerebro: melodía y emociones, armonía e intelectualidad, ritmo y movimiento… Estas relaciones han sido explotadas a lo largo de la historia a través por ejemplo, del Affektenlehre en el Barroco, forma estructuradísima de determinar cuáles eran los resortes a activar en el oyente con según qué recursos. Pero, ¿hasta qué punto nos afecta a todos de la misma manera?
Cada persona tiene un bagaje propio que se conforma no sólo de la educación académica, sino de sus vivencias personales, su entorno, su círculo social,… Y esto influye en gran medida a la hora de elaborar, no solo el significado de una obra musical sino de cualquier suceso, concepto u objeto. ¿Todo el mundo se queda con la misma idea al salir de ver una película: con la visión que el director quiso plasmar? No tiene sentido.
Ejemplo personal: puedo entender el lenguaje de una obra de Ligeti, analizarlo, admirar su capacidad compositiva y su efectismo al interpretarlo. Pero nunca siento la conexión íntima que establezco con ese “algo” cuando oigo, por ejemplo, un tema concreto de Pereza.
Cuando buscamos el significado de cualquier pieza musical, venimos predeterminados. Siempre e inevitablemente. No existe una escucha musical pura. Siempre comparamos inconscientemente, buscamos referentes, e incluso en casos concretos, podemos conocer previamente al autor o la obra sin haberla tan siquiera escuchado. De tal manera, el significado siempre será diferente para cada receptor (que deja de ser pasivo, como en la consideración de oyente).
Un ejemplo es la musicoterapia, donde la elección de una determinada música es vital y absolutamente personalizada y puede garantizar una mejoría o abocar a la catástrofe la iniciativa del terapeuta. Música “que relaja” puede ponernos histéricos o bien podemos relajarnos con un tema de Marilyn Manson.
Ejemplo: ejercicio de la cerilla. En el tiempo que dure encendida, escribir qué pensamientos provoca. Múltiples diferencias en un hecho tan simple y tan aparentemente objetivo. ¿Qué no será la música…?
Ejemplo: cuando escucho Kaiser Chiefs, pienso en ciudad de noche, frío y lluvia. Lo asocio con la música exclusivamente hablando? Pienso eso porque conozco que son ingleses y sé que en Londres hace frío, llueve y predomina el gris?
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