Quizás fue una cuestión de expectativas. La noche se planteaba más que interesante, tras haber ido descubriendo estas semanas la sorprendente madurez que los madrileños Pereza presentan en su último álbum, Aviones. La elección del espacio prometía: el Palau de la Música Catalana, edificio emblemático de la ciudad, hacía pensar que tendríamos ante nosotros una propuesta diferente, que apostaría por la intimidad y la claridad, sin perder el toque canalla que caracteriza a la banda. Pero no fue eso lo que ellos habían planeado.
El concierto se abrió con "Leones", con un sonido más que mejorable, que habría de ir ubicándose a medida que avanzaba la noche, aunque sin llegar a hacerlo del todo hasta pasada la mitad del evento. El grupo, contra todo pronóstico, presentó una formación habitual, en su estilo rockero al uso, en el que, lo reconocemos sin tapujos, se manejan más que bien.
De cualquier modo, un mayoritario público femenino adolescente hizo que el concierto se convirtiera en una especie de karaoke, en el que costaba distinguir en ocasiones las voces de Leiva o Rubén, acompañándose de palmadas, quizás acordes con una sala como Razzmatazz, pero en todo caso desproporcionadas para un recinto como el Palau. El grupo sin embargo, se encontró cómodo y llevó adelante el concierto con toda normalidad y desparpajo.
Fueron contados los momentos íntimos, pero éstos brillaron por su magia: "Llévame al baile" o "Champagne", ambos temas de su último álbum, dejaron que las voces de los madrileños resonaran en la sala, creando una atmósfera más que especial. En definitiva, estuvimos ante un amor imposible: un concierto acústico y maduro que no llegó: rodeado como estaba de coros, palmas y tiempos acelerados en los temas. Y la otra cara, un buen concierto de rock, que lo fue, pero contemplado desde una butaca. Una noche de "quiero y no puedo".