Se terminaron las vacaciones de verano y aquí estamos de nuevo. Igual pero distinto. Este es el primer post que redacto desde mi nuevo espacio, donde me instalé hace un par de meses y que hoy por primera vez cuenta con una precaria conexión a Internet. Lo que da de sí el pobre pinganillo, vaya.
También ha sido una vuelta al cole distinta por más razones. Casi por primera vez, he empezado totalmente recargada, después de unas vacaciones de agenda intensa, pero en las que ha habido tiempo para todo. Incluyendo también tiempo para todo tipo de músicas, desde el relax inspirador de las piezas para piano de Debussy, o los conciertos para violín de Haydn en la enérgica versión de Giuliano Carmignola, a la música de Frank Zappa o Paul McCartney, pasando por mi últimamente inseparable Christina Rosenvinge, los inevitables éxitos veraniegos de Gustavo Lima y compañía, o las versiones verbeneras que se oyen (y se bailan) en las Festes de Gràcia.
En definitiva, ¡parece que tres semanas han cundido! Y hoy, la verdad, no es que tuviese nada especial que contar. Pero me hacía ilusión escribir, estrenar post, estrenar ordenador, estrenar conexión. Aunque ya puestos, confieso: Me he comprado una caja de doce colores pastel. Y no, no tengo ni la más mínima idea de cómo utilizarlos. Pero me han mirado desde el aparador de la papelería y no he podido resistirme. Eran preciosos. Cuando le he dicho a la dependienta que nunca los había utilizado, me ha contestado: "No te preocupes, si te gusta dibujar...". A lo que le he contestado que no sé, que habrá que descubrirlo. Por la cara que ha puesto no creo que haya captado mi amor irracional por el material escolar, pero de cualquier manera, ya sean unos colores que parecen ceras para adultos, un nuevo disco o un próximo viaje; el próximo curso habrá que descubrirlo, ¿no?
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