Hoy me duele un poco la cabeza, pero no voy a dejar pasar la ocasión de dejar unas cuantas líneas escritas en el blog. ¡Y más en un día como hoy! Espero que todos hayáis tenido oportunidad de acercaros a las letras, y si habéis recibido alguna rosa, pues mejor que mejor, aunque no hay que olvidar que no todas las rosas tienen forma de flor.
Al hilo de la literatura, de la historia, de la música, hoy le dedico este espacio al nuevo trabajo de Anaïs Mitchell, una cantautora de Vermont, allá por los Estados Unidos de América, de la que ya he hablado en alguna otra ocasión. Se trata de "Child Ballads", un álbum que incluye siete canciones, interpretadas junto a Jefferson Hammer. ¿Porqué hablar de este disco un día como hoy? Porque los temas que lo componen cuentan historias, largas historias que han ido pasando de oreja a oreja durante generaciones. Títulos como Willie of Winsbury, Sir Patrick Spens o Tam Lin, los recogió durante finales del siglo XIX el folklorista Francis James Child: canciones que venían de Escocia e Inglaterra, que tuvieron sus propias versiones americanas, y que algunas se remontaban hasta el siglo XIII, aunque la mayoría se daten entre los siglos XVII y XVIII. Es un baile de números, cierto, pero una cosa está clara: estas historias han sido contadas (y cantadas) muchas veces. Hablan de princesas, reyes y caballeros; de penas de muerte perdonadas, de duendes que guardan campos y cobran un doloroso peaje a las doncellas que por allí pasan. Un pasado mágico que aún hoy nos sigue hablando de frente.Una portada de Peter Nevins, repleta de rosas y con una curiosa ilusión óptica... |
Y Anaïs Mitchell recoje esta herencia y le aporta sensibilidad, buen hacer, delicadeza. Para Anaïs, estas baladas son bellas y extrañas. Y crea con ellas un álbum que puede leerse, como si de un libro de cuentos se tratara, y que suena muy, muy bien. Variado como la memoria y los recuerdos, como las historias que cuenta. No se me ocurre mejor propuesta para un día como hoy.