Hoy desayuno frente al ordenador y dedico unos minutos a esta página. Porque me lo pide el cuerpo. Y es que en todas estas semanas de silencio bloguero, la música y la vida no se han parado y me han regalado momentos especiales y mágicos que me siento en la obligación de compartir, como agradecimiento a quien o a lo que quiera que sea que me los pone por delante.
Empezaré por ayer mismo. Por la tarde, me subí al coche dirección a los Estudios H en Barcelona, con el Hounds of Love de Kate Bush haciéndome compañía. Es curioso como hay discos que parecen abrirse poco a poco con las escuchas sucesivas y crecer... (Además del hecho que Kate me está pidiendo un post para ella sola: ¡todo llegará!) El destino ayer era la fiesta de presentación del disco de El circo de las mariposas. Un proyecto en el que participo y que me encanta. Hace tres años me hubieran dicho que iba a colaborar con gente como Marcos Andrés, alma de Vinodelfin, y no me lo hubiese creído. Y ayer, esa colaboración no sólo existía, se había materializado en un pequeño álbum, Frida, que pude escuchar en la sala central del estudio, a todo volumen, rodeada de personas que lo habían hecho posible. Me emociono fácilmente, pero aguanté la lagrimita. Pero la sonrisa no, esa no me la aguanto, ¡todavía me dura!Nervios y sonrisas y la mandíbula descolgada sin poder cerrar la boca fueron elementos de uno de mis grandes días, saltando un poquito más atrás en el tiempo: el concierto de James Ehnes en el Festival de Pascua de Aix-de-Provence, el pasado 29 de marzo. Nunca he sido mitómana en el ámbito de la clásica, ni seguidora de intérpretes concretos, aunque quizás debería decir hasta ahora. Aun no sé explicar qué clase de astros se alinearon para que este canadiense se haya definido para mí como un violinista único. Su música, por más que interpretada antes de él tantas otras veces, me habla directamente a mí. Su sonido, su técnica perfecta. Un intérprete que me hizo no tener ni una duda a la hora de coger el coche y plantarme en la Provenza francesa para verle en el Festival de Pascua de Aix. Y vaya si mereció la pena. Un teatro pequeñísimo, buenas localidades y un repertorio imposible: la partita en re m de Bach, la sonata a violín solo de Bartók y cuatro caprichos de Paganini. Aún se me pone el vello de punta cuando lo recuerdo: ni un gesto superfluo, ni una mueca fuera de lugar. El violinista desaparecía para dejar paso a la pura música: un instrumento solo que no necesitaba de nada más para llenar aquella sala, para dejar salir a un Bach cristalino, un Bartók caprichoso y un Paganini delirante, que nos llevó a todos al máximo asombro, si es que cabía algo así después de haber oído todo lo anterior. Cuesta incluso poner un punto y final a este párrafo. Y es que fue la primera, pero seguro que no la última vez.
(Aquí el señor Ehnes se atreve con un Wieniawski inhumano y no solo lo toca sino que lo hace de manera musical, más allá de ser un robot toca-notas... Y esos finales controladísimos... Vale, ¡ya paro!)
¡Y este post empieza ya a ser demasiado largo! Cierto es que han sido muchos días sin escribir, y muchos momentos que no se han escrito (como uno de los conciertos mágicos del Quartet Casals en L'Auditori o Madama Butterfly en el Liceu), pero valga esta primera vuelta al teclado bloguero como acto de agradecimiento. Al estilo, porqué no, de la que se ha convertido en una de mis películas preferidas: Happythankyoumoreplease. Así, que, lo dicho: gracias y ¡más, por favor!
PD: El más sigue llegando y esta tarde me espera Rammstein en el Palau Sant Jordi. ¡Sí! Y es que la música te da tanto... Nunca lo diré suficientes veces.
1 comentario:
¡Siempre más! Mucho más.
Publicar un comentario