Esta historia empieza en invierno. Concretamente, a principios del mes de enero. Con el año recién estrenado, paseábamos por las calles que rodean a la catedral, haciendo de lazarillos para una amiga alemana que compartía esos días con nosotros. Ella se paró ante un escaparate que parecía salido de un cabaret macabro: anillos con enormes peces goldfish, pendientes con pequeños juguetes colgantes y sobre todo, aquello que la había hecho detenerse con una mezcla de fascinación y asco: un collar del que colgaba una red de cucarachas que, pese a estar hechas de plástico, parecían haber sido congeladas y engarzadas por un joyero perverso. No por ese, sino por otro de los collares que vio tras el cristal, decidimos entrar en la tienda.
A medio camino entre el comercio y la galería de arte, mil y un objetos se exponían en estanterías y aparadores. Paseábamos por aquella sala extraña, con sabor a salón de té y aspecto de caravana circense. Desde las paredes nos miraban damas antiguas con cabeza de animal y cuando recuerdo esa visita, todo me parece de color vino.
En aquél espacio casi mágico había música. Una voz fina y aguda de mujer, que ganaba cuerpo en los graves, acompañada por una línea de bajo amplia y envolvente. No pude resistirme a sacar mi teléfono del bolso y preguntarle a esa aplicación -que también resulta casi brujería- qué era aquello que sonaba y que colocaba la guinda sónica de ese pastel tan peculiar. Obediente, mi teléfono me respondió. Se trataba de un nombre oriental, Youn Sun Nah. El tema se titulaba Waiting. Sin más, lo añadí a mi lista de descubrimientos y allí quedó. Un recuerdo entre tantos.
Hasta la semana pasada. Tengo la suerte de trabajar en una emisora de radio, rodeada de música. Así que, preparando los conciertos que iban a emitirse aquellos días, tropecé de nuevo con ese nombre oriental. En un primer momento, no la asocié con la canción de la tienda, y me acerqué a ella como si fuera completamente nueva para mí: encontré a una mujer coreana, elegante, de melodías sutiles y que rompía y refinaba su voz como el que estira y mastica un chicle tras haberlo hecho explotar en una burbuja. Y entonces caí en la cuenta. La Youn Sun Nah que acompañaba la visita mágica a la tienda del Gótico, la Youn Sun Nah de los festivales de jazz. La misma persona que se transformaba, ahora sí, en un nombre para no olvidar, en una intérprete ideal para las tardes lluviosas de otoño.Escucha a Youn Sun Nah en Spotify