Tap, tap, tap. El bolígrafo rebotaba contra las hojas de su agenda, en un movimiento repetitivo. El candidato en cuestión exponía una propuesta, innovadora, sí, pero quizás no lo suficiente.
Apenas escuchaba ya, cuando se oyó el timbre de un teléfono. Apresurada, una de las auditoras metió la mano en su bolso. Al mirar la pantalla, sus dedos tropezaron buscando el botón de desconexión y, accidentalmente, una voz masculina habló a través del altavoz. Tras los sollozos y el rubor inicial, la mujer consiguió silenciar el aparato, mientras salía de la sala.
Volvió lánguidamente la mirada al candidato, y en tanto sólo pudo pensar que, en el fondo, todos somos prescindibles.
Apenas escuchaba ya, cuando se oyó el timbre de un teléfono. Apresurada, una de las auditoras metió la mano en su bolso. Al mirar la pantalla, sus dedos tropezaron buscando el botón de desconexión y, accidentalmente, una voz masculina habló a través del altavoz. Tras los sollozos y el rubor inicial, la mujer consiguió silenciar el aparato, mientras salía de la sala.
Volvió lánguidamente la mirada al candidato, y en tanto sólo pudo pensar que, en el fondo, todos somos prescindibles.
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