En ocasiones, una sensación, un detalle, un momento, te transporta hacia un recuerdo olvidado, te hace dar un salto en el tiempo sin moverte de tu sitio. Es lo que le ocurría al protagonista de "A la búsqueda del tiempo perdido", de Marcel Proust, con su famosa magdalena. He de decir que me encantan estos viajes súbitos, que te cogen por sorpresa y te muestran o te provocan algo que no sabías siquiera que tenías.
Pues bien, resulta que este domingo salí de excursión a la montaña. Una salida un tanto descoordinada, pero que gracias a una mentalidad flexible, acabó convirtiéndose en una gran terapia de oxígeno sin estrenar para nuestros pulmones. Uno de nuestros puntos de parada fue la llamada "cova d'en Genís", un dolmen natural que, parece ser, fue utilizado por los celtas como lugar de enterramiento, allá por un lejano siglo IX antes de Cristo. Los números marean, pero sin pensarlo mucho, nos sentamos en aquellas rocas y dejamos que el aire y el sol nos tocasen la cara, las manos. Una charla ligera acabó transformándose en un silencio agradable, de aquellos que podrían prolongarse hasta el día siguiente. Y fue en ese silencio, sintiendo la piedra, el sol y el aire cuando cerré los ojos y me asaltó un pensamiento. Útopico, quizás. Romántico. Posiblemente. Pero pensé que hace cerca de tres mil años alguien estuvo en ese preciso lugar, donde ya se encontraba aquella roca sobre la que yo estaba sentada. Que quizás ese alguien cerraría los ojos al sol de la tarde, intenso como era el domingo. Y que si fue así, su sensación no pudo ser más que igual a la mía.
Lo sé, no es exactamente a lo que se refiere Proust. Pero esa conexión me resultó mágica, como mágico me resulta ese mojar un dulce en café y recordar qué pasó aquel día que creías olvidado. Y claro está, la música también tenía que aparecer. Y es que hace unos días me asaltó una emoción de esas que parten del estómago y llegan hasta el antebrazo, imposibilitándote ir más allá del momento presente. O pasado, según se mire.
Llegué a la redacción por la mañana, a mi hora habitual, y pensaba justamente en qué músicas podría encontrar ese día, si buscaría algo, ya que hacía un par de días que las canciones parecían resistirse a llegar y no hacía más que darle vueltas a las mismas listas de reproducción que han corrido por mis auriculares en los últimos meses. Pero ese día me esperaba un compañero con una sorpresa: "María, tienes que oír esto". (¡Quizás una de mis frases preferidas!)
Lo que me pasó el compañero fue un CD editado sin grandes ilustraciones ni grafismos, original, de música de órgano: "Bach in Arnstadt". ¿Dónde estaba lo que lo hacía especial? Sonreí al principio, pues al echarle un primer vistazo, me fui a fijar en si estaba protegido por derechos de autor, si sería radiable. Deformación profesional, supongo. Cuando mi compañero me dijo: sí, música de Bach, pero traída directamente desde Arnstadt, la ciudad donde el maestro trabajó en la primera etapa de su vida musical. Aún había más: ese órgano no era otro que el órgano Wender de 1703, el mismo que el propio Johann Sebastian habría tocado durante su etapa de servicio en la iglesia de San Bonifacio, edificada en 1683, y que se había restaurado a su estado original, del siglo XVIII.
De acuerdo, quizás sea por la musicología, por el violín barroco, por qué se yo. El caso es que, al escuchar las primeras notas de ese órgano, grabado en ese lugar, se me desdibujaron las formas a la vista. Mi mente salió de la redacción, y aún no sé qué cara debí poner, pero poco me importó. Esa sensación de conexión mágica estaba ahí y no pensaba dejarla escapar.
Quizás ahora sea vuestro momento. Aquí os dejo un fragmento de la célebre Tocata y Fuga en re m, escrita precisamente durante la estancia de Bach en la ciudad de Arnstadt. Interpreta Gottfried Teller, organista titular actual. ¿Quizás haya alguien que, como yo, sienta el poder de esta extraña magdalena?
1 comentario:
Hoy me ha pasado algo parecido. Estaba escribiendo las últimas páginas en el Starbucks de la C/ Ferran, y me he fijado en el techo antiguo, precioso. Y justo después he visto el suelo, un mosaico hermoso. He pensado en los hombres que pusieron allí cada piedrecita, eligiendo cada color. ¿Se imaginaban que acabaría siendo un café franquicia, una multinacional que tendría la decencia de conservar el encanto? Los suelos de Barcelona.
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