sábado, 24 de septiembre de 2011

Mujeres, música y Joan Osborne

Un amigo me regaló un libro en mi pasado cumpleaños: "Mujer y música", de Toni Castarnado, autor, por cierto, colomense como yo misma. He de agradecerle a este amigo su buen gusto, ya que es un volumen que casi he pasado a considerar imprescindible. En este tomo se presentan en riguroso orden alfabético grandes discos hechos por mujeres. Cualquier otro criterio de ordenación hubiese sido posiblemente injusto: nombres como Ann Peebles, Janis Joplin, Wanda Jackson o Christina Rosenvinge, poco tienen que ver entre sí. Aunque comparten algo innegable: haber contribuido a la historia del rock y a que éste sea tal y como lo conocemos hoy.

Mi relación con el feminismo en música es algo así como un amor-odio. En ocasiones pienso que la mujer aporta simplemente su creatividad musical, desde un plano de igualdad con el hombre, como seres humanos que somos. Que son las circunstancias y otras consideraciones externas las que nos hacen hablar de la música de las mujeres.  Pero, por otra parte, ¿acaso esas mismas circunstancias no han moldeado una forma propia de entender el mundo? Los límites, los prejucios, incluso los vividos a lo largo de la historia ¿no condicionan la expresión? , ¿no le otorgan un significado propio?

El objetivo no es debatir si ese punto de vista propiamente femenino existe o no. Pero ciertamente, el de la mujer en la música no ha sido un camino fácil. Y es por eso que a una aún se le eriza el vello al ver como una Wanda Jackson de apenas 20 años subía al escenario, se colgaba una guitarra y arrancaba un rock'n'roll con una energía que nada envidiaba a la de un Elvis Presley. Sí. En un panorama de Little Richards y Buddy Hollys. No era precisamente el papel que se le atribuía a la mujer en los 50, y sin embargo ahí estuvo.



Como también estuvo Joan Osborne, muchos años más tarde. Castarnado nos recomienda Relish (1995), un álbum que estos días no he sido capaz de sacarme de la cabeza. Este disco incluía One of us, la canción por la que esta chica sigue siendo recordada hoy. Pero tras enfrentarme al resto del álbum, One of us no es ni de lejos lo que más llama la atención. Osborne es mucho más que una voz bonita. No hay más que escuchar el primer corte del disco: St. Theresa. La producción es limpia, sin excesos; la voz rompe en los momentos justos y parece acercarse más al folk que a cualquier otro género. La confirmación de esto es el segundo track: una versión de Dylan, The man on the long black coat. Y de ahí en adelante, canciones que salen de dentro, rasgando versos al más puro estilo Janis.



Y es que los inicios de Osborne no fueron fáciles. Como los de otras muchas. Leo como su madre la echó de malas maneras de su casa, y no puedo evitar que cuando oigo este álbum, que parece salirle de las tripas, piense en ella como un reflejo de muchas más mujeres. Es entonces cuando ciertas líneas de canciones como Pensacola toman un significado poderoso:

Momma took me aside
And she tried to change my mind
She said, don’t waste your time in looking
There’s nothing left to find.

Por fortuna, no hizo caso de esta advertencia. Y ahí está Relish para demostrarlo.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Empezando un nuevo curso

Suena a topicazo: la vuelta al cole. Septiembre, el otoño, renovación. Pero la verdad es que no se me ocurre mejor manera para hilar la puesta en marcha post-vacacional de esta página. Durante estos meses de verano, he ido eludiendo la gran pregunta: ¿la cierro o no la cierro? Ha sido una época de cambios, de adaptación. Cierto es que existen muchas páginas musicales en esta esfera virtual: mucho más actualizadas, mucho más modernas, si quieres llamarlo así.


LibertadSonora, la verdad, nunca ha sido una página trendy, ni lo ha pretendido. Así que, una vez asumido que uno es su propia competencia, y que las cosas cuando mejor se hacen es por gusto: ¿por qué bajar la persiana de mi espacio personal? Todo sigue adelante, y no puedo evitar cada día caer en nuevos sonidos, o sonidos antiguos que vuelven a mis oídos. Como me dijo un buen amigo hace un par de días: “María, tú te alimentas de música”. Y no le falta razón. Cada momento para mí lleva una banda sonora de fondo. Y eso es algo que no quiero dejar perder. Que quiero fijar y compartir contigo, quien quiera que seas, y que estás al otro lado del muro.


Así pues, quitamos el cartel de “Cerrado por vacaciones” y levantamos la persiana. Verás que ya rondan por aquí nuevos artículos que han ido surgiendo estos días. Y veamos qué nos depara el nuevo curso. ¡Se admiten sugerencias!

martes, 6 de septiembre de 2011

Roger Waters, Parsifal y los musicólogos

Por carambolas de la vida, tuve la suerte este año de ver por dos veces a Roger Waters en su gira de aniversario de “The Wall”, en el Palau Sant Jordi en Barcelona y en el Palais Bercy, en París. Del álbum ya hablamos en su día, y sobre los conciertos se han escrito líneas y líneas en los diferentes medios de comunicación. Es por eso que prefiero salir de la crítica pura y dura, para entrar en terrenos más… musicológicos. ¡Y que nadie se me asuste! No soy yo de tochos incomprensibles… Espero no caer en la trampa justo hoy.


Al grano: lo que vi fue mucho más que un concierto cualquiera. Las aproximadamente dos horas de música encerraban mucho más que un artista concreto interpretando un álbum. Aquél disco, que había sido un retrato autobiográfico del propio Waters hace más de treinta años, crecía: sus significados se habían ampliado, pasaban de un individuo a todo un colectivo social. Las imágenes y símbolos que acompañaban cada uno de los cortes del álbum, nos remitían a algo más grande: tú eras también aquel crío asustado tras el muro. De esta manera, el enfrentamiento de Waters a su propia historia se convertía en el enfrentamiento de todos contra un sistema. Así pues, el álbum no sólo resistía el paso del tiempo, sino que cambiaba, se actualizaba por sí mismo y parecía tener más sentido que nunca.


Esta sensación, combinada con el despliegue tecnológico y escenográfico, que acompañaba al desarrollo sonoro con un impecable desarrollo visual, me remitió directamente a aquellas horas de estudio dedicadas, sí, a Richard Wagner. Horas que giraban sobre un concepto: la obra de arte total, la gesamtkunstwerk, para ser más exactos. Esta idea tan propia del compositor germano abogaba por óperas que fuesen más que óperas: más que música, más que teatro, más que arte plástico. Buscaba crear algo que trascendiera todo aquello, que extrajera lo mejor de cada arte en beneficio de una última creación.


Antes de que algún wagneriano se me eche encima, aclararé: ¿Qué tienen que ver Roger Waters y Richard Wagner? A parte de compartir iniciales, no mucho. Pero lo que me hizo retrotraerme hasta el XIX fue una idea que se da en contadas ocasiones: la obra superando al creador. Así como las obras de Wagner sobreviven más allá del propio autor, se reinventan año tras año, las hemos visto con mil y una escenografías, ¿porqué no imaginar un The Wall re-interpretado dentro de, quién sabe, treinta años? De igual manera que “Parsifal” existe por sí mismo, también “The Wall” tiene su propia entidad.


Está por llegar el estudio musicológico que defienda su cohesión interna, su capacidad de renovación, el mundo audiovisual que se ha creado a su alrededor. Aún parece quedar lejos y pondré un ejemplo práctico. Durante mis estudios, hice justo esta propuesta de trabajo a uno de mis profesores. La respuesta fue: “Deberías saber que no es lo mismo analizar a Liszt que a La Macarena”. Ante esto, sólo me quedaron más ganas aún de enfrentarme al estudio algún día y una frase popular rondándome la cabeza: ¡qué atrevida es la ignorancia!

lunes, 5 de septiembre de 2011

La esperada vuelta de Noel Gallagher

Para los que me conocen no es ningún secreto que debo estar platónicamente enamorada del feo de los Gallagher. (¡Si es que podemos considerar que existe alguno guapo en esta pareja de gentlemans de Manchester!). Siendo una fan incondicional de Oasis, siempre me he decantado por canciones como Don’t look back in anger, The importante of being idle o la inacabable Masterplan, que más que a canciones suenan a himno, y otras como Where did it all go wrong? o Rockin’ chair, escondidas como pepitas doradas en la ingente producción de la banda.



Disfruté también durante años de un bootleg de calidad bastante regular que corría por esa red sin streaming que teníamos no hace tanto, Noel and Gem: Live in Paris, diría que se llamaba. Me parecía increíble como con tan poco se podía hacer tanto. Un acústico, un par de guitarras, y las canciones de siempre que sonaban como nunca. Escuchar Married with children o la mismísima Wonderwall en la voz de Noel me parecían pequeños milagros irrepetibles. Y como siempre, la promesa de ese disco en solitario que nunca llegaba.

Y llegó la disolución de Oasis (no sin puñales cruzados, como era de esperar). Y llego el debut de Beady Eye, del que ya hablé en su día. Y tras años y años, llega, por fin. Noel Gallagher’s High Flying Birds. Aparecen los temas con cuentagotas, apenas tres hasta el día de hoy. Pero este asomar la nariz no provoca más que quiera oír desesperadamente el resto. The death of you and me, que no deja de recordar a The importance…, supera la similitud inicial para convertirse en un single de pleno derecho: bien producido, con una línea melódica precisa que se clava en tu cerebro. Tras esta, llega la cara B, The good rebel: con una alegría contagiosa y una melodía que en sus buenos tiempos Liam hubiese defendido con muy buenos resultados. (¿Quién puede no imaginarlo cantando ese I don’t care for the suuunshine?).



Y cuando piensas que esto es demasiado bueno para ser cierto, aparece el segundo tema oficial del disco: If I had a gun. Y aquí es cuando el botón del play de youtube empezaría a crujir si los botones digitales crujieran. Lo sé, de nuevo recuerda a mil temas previos. Pero no puedo resistirme a la atmósfera relajada que crea el colchón armónico, al guiño a Fade Away, al ritmo marcado de la base, a un estribillo que se abre como sólo Noel sabe. Y ciertamente, quizás no haya sido el mejor letrista de todos los tiempos, pero con poco basta. Al menos para mí. Así, no veo el día en que pueda escuchar el resto. Mientras tanto, ¡que cruja youtube!



Y perdonad. En el momento en que escribo esto, acaba de aparecer “AKA… What a life”, segundo single oficial… Con vuestro permiso, me retiro.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Anathema: "Hindsight"

Siguiendo los consejos de un buen amigo, me acerqué a los últimos trabajos de la banda de Liverpool Anathema. Ya eran viejos conocidos, cuando en una época más oscura, llegó a mí un One Last Goodbye que me sorprendió. Era un tema denso, y vivo en el más puro estilo de la vida de las semillas: asomaba tímido, planteaba un esqueleto simple y progresivamente, iba perdiendo la vergüenza para crecer y desatar toda esa rabia ante ese último adiós, para terminar volviendo a la tierra, cerrándose en sí mismo, más plácido. Me pareció una pequeña maravilla en la producción de este grupo que ha pasado por diversas etapas, más crudas, más progresivas, más industriales.

Y como pasa a veces, parece que la música nos sigue en nuestro recorrido. Y ahora que incorporé esa parte más dura a mi mochila de gustos musicales con los que puedo seguir disfrutando, aunque no sean mis gustos presentes, llegan Hindsight (2008) y Falling Deeper (2011). En estos dos álbumes, han recuperado viejos temas como aquel One Last Goodbye y otros como A natural disaster o Flying. En una comparación egocéntrica, parece que como ocurrió con mi yo adolescente, se han suavizado en algunas formas, se han pulido texturas. El resultado de mi evolución no soy yo la más adecuada para valorarlo, y tampoco es el tema que nos ocupa, pero el caso es que estas canciones aparecen agradablemente renovadas, renacidas. Teclados, voces limpias, guitarras acústicas transparentes y solos de melodías inacabables. No han perdido su esencia, al contrario: una desearía que este hubiera sido el germen de las versiones posteriores, que se hubieran ido enriqueciendo a partir de ellas.

En resumidas cuentas, Anathema mira hacia atrás caminando hacia delante. Un par de álbums para preparar los auriculares, estirarse en la cama y cerrar los ojos. Y tú, ¿no sientes la semilla?

viernes, 2 de septiembre de 2011

Joan Colomo, en bruto

Si hay un personaje en la escena musical catalana al que no puedo parar de escuchar estos días, ese es Joan Colomo. Tras descubrirlo en un PopArb hace un par de veranos, me enganché. Era algo distinto, fresco y original, que podía llegar incluso a desconcertar. Y es que a Colomo, o lo quieres o lo odias. Y en mi caso, aquel “Contra todo pronóstico” pasó directamente a mi lista de favoritos.

Es por eso que, tras este álbum y un par de conciertos más, llega la noticia del lanzamiento de “Producto interior bruto, vol. 1”. Y una vez escuchado por varias veces, las expectativas estaban más que cubiertas. Un disco efervescente, con doce cortes que pasan en apenas 27 minutos. Quizás de ahí la denominación que algunos le dan, “cantautor punk”. Igualmente, las letras de estas canciones las convierten en pequeños alfileres de escasos dos minutos: bajo una apariencia a ratos divertida, a ratos relajada, asoma la crítica social, la acidez (que no de estómago) y la mordacidad. Pirotecnia barata, Fe en el acné o La industria son prueba de ello. Por supuesto, también hay lugar para el amor en este pequeño universo. Pero un amor que no quiere ñoñerías ni tópicos: símiles campestres en Hort mort o  aires de La Movida en Cada día más.



El pasado día 1, estrenamos septiembre con la presentación en vivo de este álbum en la sala Moog de Barcelona. Pese a que tengo una debilidad especial por los conciertos en que Colomo se acompaña a sí mismo únicamente con su guitarra y su inseparable pedal de loops, ese día se presentó con banda al completo, y pese a que mi amiga insistía en que aquella sala no era más grande que el comedor de su casa (o quizás gracias a eso), se creó un clima divertido, fiestero y familiar, con momento entrañable incluido, cuando le tocó el turno a L’Ocell. ¿Mi recomendación? Colomo en vivo para pasárselo bien, Colomo en lata para pensar un poco más. Y viceversa, que creo que también funciona.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Scott Walker: 30 century man (2a parte)

Segunda parte del artículo de Xavi Vázquez. Puedes acceder a la primera haciendo clic aquí.

2a parte: Scott Walker, el documental


En la mítica comedia de los Monty Python “La vida de Brian” (Life of Brian, 1979) hay una secuencia en la que el 'supuesto' mesías da un involuntario pisotón a un ermitaño mientras huye de la masa enfervorizada que le persigue. El curioso personaje pisoteado permanecía en voto de silencio desde hacía años pero, tras recibir la pisada, entra en una incontinencia verbal sin límite que le impide permanecer callado ni un segundo más. En el documental que nos ocupa sucede algo similar. Scott Walker llevaba 30 años sin subir a un escenario y sin conceder una entrevista, viviendo en la zona marginal del negocio musical. Sus discos eran quienes hablaban a través suyo, pero el documental de Stephen Kijak se encarga de mostrarnos al cantante a través de una extensa entrevista que ejerce -en momentos concretos- de hilo conductor del film. Y, a priori, la cosa promete mucho.

Pero la gran baza de contar con la voz y la palabra del propio Scott Walker acaba volviéndose en contra del documental. Y no sabríamos decir muy bien por qué: tal vez las expectativas eran máximas por conocer cómo es el actual Walker que se esconde tras esas densas y laberínticas creaciones de los últimos años, tal vez la entrevista no sabe sacar todo el jugo al personaje, tal vez verle sonreír en el estudio de grabación mientras crea pesadillas sonoras se nos revela más como un juego fútil que como un acto ceremonioso... La sensación es que nos quedamos a medias. Y el documental no logra su intención de acercarnos más al artista pese a contar con su voz y su presencia.

Pese a todo, la cinta acumula motivos y momentos que nos permiten disfrutar plenamente. La relación de personalidades entrevistadas es de órdago: de Damon Albarn a Radiohead, pasando por Bowie o Eno hasta llegar a Jarvis Cocker o Johnny Marr. Gente de talento hablando con devoción y sin envidias del talento de otro. Son estas entrevistas los momentos que mejor funcionan y los que nos ofrecen la parte más preciosa y perfecta de la pieza. Esas inimitables secuencias en las que cada uno de los entrevistados escogen cual es su canción favorita de Scott Walker y nos cuentan el porqué de su elección -mientras al mismo tiempo oímos de fondo el tema seleccionado- nos acercan mucho más a la figura del cantante que las entrevistas con él mismo.

El documental muestra, no obstante, la gran maquinaria de producción que lo sustenta. No falta de nada: imágenes de archivo se mezclan con entrevistas de época y otras realizadas en el presente. Una voz en off femenina ejerce de hilo conductor junto a la del propio Scott Walker. Todo para intentar adentrarnos en el universo creativo de una de las voces más singulares del mundo musical.

El esfuerzo resulta titánico y logra el difícil reto de que en muchos momentos del metraje nos sintamos más cerca de un personaje tan inescrutable, pero no alcanza del todo su propósito porque falla algo básico: cuando Scott Walker se erige en protagonista de su propio documental la cosa no acaba de funcionar. Y es una pena.