jueves, 1 de septiembre de 2011

Scott Walker: 30 century man (2a parte)

Segunda parte del artículo de Xavi Vázquez. Puedes acceder a la primera haciendo clic aquí.

2a parte: Scott Walker, el documental


En la mítica comedia de los Monty Python “La vida de Brian” (Life of Brian, 1979) hay una secuencia en la que el 'supuesto' mesías da un involuntario pisotón a un ermitaño mientras huye de la masa enfervorizada que le persigue. El curioso personaje pisoteado permanecía en voto de silencio desde hacía años pero, tras recibir la pisada, entra en una incontinencia verbal sin límite que le impide permanecer callado ni un segundo más. En el documental que nos ocupa sucede algo similar. Scott Walker llevaba 30 años sin subir a un escenario y sin conceder una entrevista, viviendo en la zona marginal del negocio musical. Sus discos eran quienes hablaban a través suyo, pero el documental de Stephen Kijak se encarga de mostrarnos al cantante a través de una extensa entrevista que ejerce -en momentos concretos- de hilo conductor del film. Y, a priori, la cosa promete mucho.

Pero la gran baza de contar con la voz y la palabra del propio Scott Walker acaba volviéndose en contra del documental. Y no sabríamos decir muy bien por qué: tal vez las expectativas eran máximas por conocer cómo es el actual Walker que se esconde tras esas densas y laberínticas creaciones de los últimos años, tal vez la entrevista no sabe sacar todo el jugo al personaje, tal vez verle sonreír en el estudio de grabación mientras crea pesadillas sonoras se nos revela más como un juego fútil que como un acto ceremonioso... La sensación es que nos quedamos a medias. Y el documental no logra su intención de acercarnos más al artista pese a contar con su voz y su presencia.

Pese a todo, la cinta acumula motivos y momentos que nos permiten disfrutar plenamente. La relación de personalidades entrevistadas es de órdago: de Damon Albarn a Radiohead, pasando por Bowie o Eno hasta llegar a Jarvis Cocker o Johnny Marr. Gente de talento hablando con devoción y sin envidias del talento de otro. Son estas entrevistas los momentos que mejor funcionan y los que nos ofrecen la parte más preciosa y perfecta de la pieza. Esas inimitables secuencias en las que cada uno de los entrevistados escogen cual es su canción favorita de Scott Walker y nos cuentan el porqué de su elección -mientras al mismo tiempo oímos de fondo el tema seleccionado- nos acercan mucho más a la figura del cantante que las entrevistas con él mismo.

El documental muestra, no obstante, la gran maquinaria de producción que lo sustenta. No falta de nada: imágenes de archivo se mezclan con entrevistas de época y otras realizadas en el presente. Una voz en off femenina ejerce de hilo conductor junto a la del propio Scott Walker. Todo para intentar adentrarnos en el universo creativo de una de las voces más singulares del mundo musical.

El esfuerzo resulta titánico y logra el difícil reto de que en muchos momentos del metraje nos sintamos más cerca de un personaje tan inescrutable, pero no alcanza del todo su propósito porque falla algo básico: cuando Scott Walker se erige en protagonista de su propio documental la cosa no acaba de funcionar. Y es una pena.

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